
Con delicados trazos,
un color pronunciado,
un brillo azul emanando del lienzo.
Entre cada pincelada
se podía observar la delicadeza,
como la caricia de un noble a una princesa,
el soplido del viento a través del eco de la voz de un poeta,
aquella voz que resuena al dictar una prosa
o que agrada al oído por ser tan dadivosa.
Dichoso habrá sido aquel que pudo apreciarla,
aquel que pudo admirar aquella obra tan vistosa,
antes de caer postrado y sediento
ante la semblante luz que desglosa.

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